viernes, 9 de junio de 2017

LA NIEBLA






Amanece, de pronto ha subido a un tren y ojea las plazas ubicadas junto a las ventanillas. Toma asiento en una cualquiera, primero la figura enhiesta, -porque es siempre un acto solemne subir a un tren, pese a que muchos lo obvien-, piensa María. Luego el tren ha echado a andar y ha empezado un paisaje que quiere aflorar entre la niebla. La niebla hace a los árboles ascender del lecho. Desde el confort ahora de su asiento mira cómo se suspenden. Los ve titilar en el marco interior de este vagón que solo ella ocupa. Espectros afables que vacilan un instante y se fugan. María conoce lo genuino de la niebla, tiene el convencimiento de que no se presta nunca al mismo paisaje exquisito. En los trenes, se cree una diligente velocista, -quizá solo la niebla pueda atraparme-.













 


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