domingo, 9 de septiembre de 2012

BÉCQUER, NERUDA, LORCA, VISIONES







      Soy el epicentro mismo de un triángulo equilátero. Parece que todo lo admitido quiera golpearme y por ello estoy en el centro situada, para asegurarme los envites.He estado leyendo un poco de “20 Poemas de Amor y una Canción Desesperada”, de Neruda; del “Libro de Poemas”, de García Lorca; y de “Rimas y Leyendas” de Adolfo Bécquer. Pasado un rato este trío de personalidades son comunes al triángulo. A cada uno le he visto caminar pusilánime y tomar posición en uno de los ángulos. Cada uno, brazos en torno al cuerpo, desean comunicarme su realidad poética.Desde el centro les observo y me admiro. Me admiro aún más que cuando les leía. Esperan pacientes y sosegados a que procese sus letras, a que cada emoción en mí despertada se vaya elevando y les busque. El trío de colosos literarios señorean en el mundo, y su obra —que es repetida hasta la extenuación— les hace agigantarse. Sin embargo cuando —como ahora— se sitúan frente a un solo lector, ellos lo que quieren hacer es despojarse. Porque el viaje es íntimo, cercano, y todo cuanto precisan tener consigo es el deseo de comunicar al lector aquello que han visto o que llevan dentro de sí.El modo atosigador, la ambrosía con que se diluye la atmósfera, el peculiar mundo de la idea de estos poetas, me subyugan. Consiguen mi atención plena mientras les estoy leyendo. Reparo en cada obra como si yo fuera un ser recién nacido a la lectura. Pero el modo en que asimilo a cada cual es diferente, siendo cada uno una corriente de emociones distintivas. 

     Detecto en BÉCQUER el síndrome de lo perpetuo. La voz del sevillano informa sobre la apariencia de la naturaleza y en ello hace simbiosis con lo verde. En cada elemento que ya estaba, está y seguirá estando sobre el mundo, él encuentra una identidad para sí. A menudo, de la contemplación de la belleza que ante él se escapa, se duele. Bécquer es presa del victimismo y por ello su poesía se me figura una voz que clama. El poeta es un ser delicado de espíritu, el mundo para Gustavo Adolfo es una doctrina rigurosa a la que hay que idealizar en conceptos como distancia, tiempo, o la indolencia que conlleva el mirar de soslayo. Es la poesía de Adolfo Bécquer, en cualquier forma, un remanso de romanticismo que muda de continuo hacia la elegancia. 

     LORCA tomó la lengua e hizo de ella un organismo nuevo. Hacía girar los términos en un baile próspero y desconocido. Era García Lorca un especulador de las letras y en el abandono de todo convencionalismo literario, ahondó en el lenguaje hasta dar con el nivel más plástico. Pero exigía, su expresión, las cotas más elevadas del sentimentalismo, quedando su impronta como la plasmación de lo obscuro del sentimiento humano, acaso fuera, el dolor más hondo del corazón. 

      NERUDA todo lo destruye, el suntuoso castillo de elegancia en que se conmueve Bécquer, la voz que se parte y el poema vuelve sangrante, del que Lorca se estremece y retrocede a su umbría doliente. Neruda y su lengua simplista surgen sencillos desde las cenizas de lo anterior devastado. Puede ser que al hombre —exento del poeta—se le haya transpolado el discurso diplomático omitiendo ornamentación alguna. Y así, se ha vuelto un caño tosco que se arranca llenando de intimidad cuantos poemas. La voz nacida se pronuncia hacia la querencia y todo lo anterior lo quiere decir y lo dice. Llega basto a quién lee. El chileno se surte de sí mismo y se vierte. Un hombre enamorado finalmente y humildemente reducido a la autenticidad de su estado.

    Y ahora, apenas pasado un instante tras recibir estos magnánimes impactos, yo, que antes que otra cosa, soy alguien que vive en el mundo de la idea en que todo es presunción, antes que en el mundo en que las cosas se ven y se palpan, entiendo que este momento solo me alcanza para ensoñar un tanto...[Poder ser alguna vez una poeta situada en uno de los ángulos de un triángulo equilátero]


Setefilla A Jiménez
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