jueves, 24 de enero de 2013

VEINTE MINUTOS

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VEINTE MINUTOS
 
 
Granada.1 de Marzo. Jueves.10:30 am. No conozco la zona a la que hemos llegado. Mientras mi acompañante se aleja para resolver unos asuntos le pregunto en qué dirección está.«Está ahí mismo, recto por la pasarela».De un lado, y extendido en el sentido de mi marcha, un campo de golf sin rastro de golfistas. Del otro viviendas u hoteles, hormigón.Camino brevemente. Aquí está. Un primer encuentro visual suspende por un instante mi respiración. Todas las veces es así. Salvando unos pocos matices, el paisaje es prácticamente monocromo. Una honda respiración y una mirada panorámica. Asumido lo global, remango la larga rebeca beige hasta la altura de la cintura, me siento sobre una piedra. En un todo se confunden mar y cielo. El espacioso telón del fondo se anuncia como un preludio. Al Oeste la bruma ha ascendido un punto para participar de una grave sonata de grises que quieren ser celeste.Se ha evaporado, en la fusión, la raya divisoria. Tras la acumulación plomiza viene un sol bajando una colina y se entretiene en el camino.Al Este los azules se agitan, distinguidos cielo y mar.Un par de aves —allí lejos—vuelan muy juntas, casi a ras de un suelo en movimiento y dejan una estela nívea en donde estuvieron un segundo antes. Hay un silencio relativo. Un reducido grupo de turistas me aborda y sobrepasa de inmediato rasgando el velo de mansura con no sé qué palabras ininteligibles. Cada uno hace rodar un carrito con palos de golf. Y de nuevo el desierto. Una arena basta, parduzca, invadida por piedras de cantos rodados. Un yerto paisaje lunar. Una playa de invierno y austeridad. No hay ningún aroma distintivo marino.Las corrientes se aproximan atemperadas, iniciada la playa en un rulo de espuma discreto que gruñe vagamente. Soledad. La más llena y ocupada, poblada, de las soledades… La soledad del mar. La catedral silenciosa. El palacio de aire. Mi vista encona el frente. Brota repentina la idea de que un horizonte hecho de agua supone una línea de perfecta rectitud, sin duda la más vetusta, precisa, línea recta.De pronto anego la memoria de flashes sentimentales. Los días de mi vida impregnada la retina de aguamarina. Cada uno subido a un sol. Aquellas aguas en donde al marchar dejé el corazón navegando frente a la costa. Hay en mi cabeza, mi corazón, un único mar, capaz de albergar todo el encanto acumulado en cada uno. El Mar. La mar hecha de orillas igual que mi alma ensoñadora… ya arenosas, ya pedregosas…mendigas sin término de azules arrullos. El mar. La mar. El mar…
—Rubia, ¿nos vamos?.
—Sí, ya voy…solo un segundo.©



Setefilla Almenara J.
Marzo 2012




Déjame tu opinión, gracias.

6 comentarios:

  1. ¡Que momento!Puro placer al mirar frente a frente al mar, y dejar que te mire...dejar que te acaricie...

    Deliciosa lectura, amiga.

    Gracias.

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    Respuestas

    1. Este blog tiene tus visitas en alta estima, Lola.
      Indagar en una playa de invierno es una experiencia magnética.La recomiendo.

      Gracias siempre.


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  2. Encantada de conocerte,visitarte ha sido un placer

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  3. Princesa, me alegra que te resultara placentera esta visita a mi espacio, te espero por aquí, sé muy bienvenida. Como te dije en el comentario que te hice, encuentro precioso tu blog, de modo que seguiré visitándote.


    Saludos

    Sete

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  4. Es una prosa descriptiva de gran calidad. Con ella te acompañamos en un placentero paseo por el mar, la mar, El mar...
    Yo también tengo en mi cabeza un único Mar.
    Gracias por el paseo, Rubia.
    Besos

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  5. Gracias Esteban. La prosa no es ni la mitad de hermosa, que los veinte minutos que pasé en esa playa de invierno...

    Te envío brisas marinas.

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