Convendrán conmigo en lo curioso de esta foto. En lo previsto, debía aparecer mi cabeza pareja a la del equino, mi mano derecha acariciando la quijada, los dos mirando a cámara, pero ya ven, en el momento de la captura el animal cabecea y quedamos los dos de esta guisa inmortalizados. No tardo un ápice en encontrarle el sentido poético, todas las experiencias lo tienen, así que imagino estarle susurrando algún poema mío a la manera del tipo aquel de la película, niño imberbe/cuerpo tierno de ángel/me acerco a ti como se abre la rosa humedecida de aurora/y en tus rodillas hay un temblor delicado... aunque si lo pìenso, enseguida veo que no es menester torturar al pobre animal. A la postre, y como no creo en casualidades, me alegra tener esta imagen y que mi cara no aparezca en ella. Indudablemente, mi querido Avispado es mucho más atractivo que yo y lo sabe, de ahí que quiera chupar cámara, perdonado está, claro.
Mejor con tu opinión, gracias.
No, no, sin duda no martirizarías al caballo susurrando ese bonito poema.
ResponderEliminar¿seguro que no lo estabas haciendo en la foto, y por eso está el animal tan entregado?
Bella imagen.
Besos susurrantes.
jeje, no, te aseguro que no lo recitaba. Estaba demasiado ocupada intentando que la cabeza del susodicho y la mía, quedasen en paralelo al frente... ays...
ResponderEliminarBello comentario.
Gracias en voz alta.
Una escena muy peculiar y hermosa.... Un abrazo
ResponderEliminarAvispado es un buen caballo.
EliminarUn beso, Anna.