Marta Sanz, doctora en Filología, poeta, escritora. Sevèrine y el conejo blanco, segundo premio de narrativa corta Premios del tren, FFE. Edición dos mil diez.
Uno de los relatos más bonitos con los que el azar me ha cruzado.
1.Todo lo malo que no he conocido se me queda en los labios como una calentura. Por eso, esta mañana, he preparado mi bolsa y, abandonando mis obligaciones, he deseado que me busquen. El vestíbulo de la estación es aún lo suficientemente imperfecto como para que alguien como yo pueda sentirse a gusto: olor a frituras, el polvillo del papel de los periódicos, colillas camufladas en las esquinas, inexactos paneles anunciadores-atascados- de horarios, procedencias y destinos. Bebedores nocturnos que buscan amparo. Adolescentes que se escapan de casa. Pelusas que no han sido arrastradas por el mocho horizontal de las limpiadoras. La posibilidad de conocer a alguien y que se desencadene un apasionado, breve encuentro. El olor a limpio mata.
2.Elijo un tren que para en algunas estaciones intermedias. Subo al vagón, localizo mi asiento, convierto el espacio que se me ha asignado en el alfombrado interior de una jaima imaginaria donde pasaré las próximas horas. Mullo el asiento con mi abrigo, apoyo el bolso en el lateral, bajo el reposapiés, extiendo la mesita plegable y deposito sobre ella la novela que estoy leyendo. Juego a las casitas. No he crecido. Me digo a mí misma: "No he crecido porque no me han dejado crecer". Pero ese pensamiento es una insulsa justificación que se desvanece ante la certeza de una pregunta más triste: "¿Por qué me empeño en hacer de cada espacio una casa?".
3. A los cinco años ya asistía a bailes enfundada en trajes de lamé, fumaba con boquilla, conducía coches velocísimos y descapotables, trataba con el diablo, -y lo vencía-, habitaba desiertas islas del Índico que era capaz de domesticar gracias a mis habilidades para trenzar palmeras...Calibro el concepto de confort. Me lo construyo. Llevo gafas y tengo el pelo corto. Me visto de gris marengo. Me marcho para que alguien que no conozco, me obligue a quedarme. Como si aún creyese en los milagros y en el poder de las pérdidas, las ausencias, el silencio, el hueco, la hendidura. De pronto, ante mis ojos, pasa veloz un conejo blanco. Pese al ritmo anestésico y el cimbreo vegetal de los vagones, estoy completamente despierta.
4. El conejo blanco da tres pasos hacia atrás mientras comprueba la hora en su reloj. Revisa su billete. Es un niño de unos nueve o diez años que viaja solo. Le saludo y él mastica con más fuerza su chicle de fresa atómica. Me dedica una media sonrisa. Está solo y se sienta a mi lado.Quizá deba acompañarle a la cafetería cuando llegue la hora de comer. Siento desgana. Como un desamparo. Como si estuviera desabrigándome, abandonándome a mí misma, y alguien me hubiese vaciado el estómago con una cuchara sopera."Lucas".Sin que yo se lo pregunte me ha dicho su nombre. De repente, odio a este niño tan encantador. Le doy la espalda.
5. El tren inicia su marcha y la periferia de la ciudad es un fotograma de los documentales. La ventanilla funciona como una televisión con antenas de cuernos. "¿Y tú?". Supongo que el niño Lucas me pregunta cómo me llamo. Me hago la sorda y él saca de su mochila una maquinita de videojuegos. No le hago falta para nada. Pero yo soy una mujer hecha y derecha: este niño, que viaja solo, debe provocarme ternura. Y compasión. Es un imperativo moral, aunque yo sienta frío y no pueda correr el riesgo de deshabitarme atendiendo a terceras personas. He llegado a un extremo en el que sólo debo pensar en mí. Pero soy una mujer hecha y derecha, y asumo el papel que me corresponde. Protectora. Cortés. "Me llamo Ali". El niño hace un esfuerzo por volver a sonreírme mientras levanta la vista de la pantalla de su maquinita. Nos damos la mano como dos funcionarios. Me quedo cortada y él se da cuenta: "¿Es que no vas a darme un beso?".
6. Cuando Lucas sea mayor conservará ese diente un poco torcido. Conservará la tez lechosa y los ojos de un negro sin mácula ni zonas desvaídas. A lo mejor conserva su olor a mantequilla salada. O a lo mejor se queda así para siempre: un Louis Jordan reducido dentro del congelador. Sin la tensión de la sonrisa, su rostro es tan perfecto como un fruto joven delineado geométricamente. Al reír la nariz se le levanta y se le cierran los párpados. Lo más cautivador es su media sonrisa. No puedo imaginarme los rostros ni de su padre ni de su madre. Lucas es una criatura de anuncio con las manos muy suaves y los dedos muy largos. De mayor será pianista o mago. De momento, es condescendiente. Deja su máquina y me mira como esperando algo que solo yo le pudiera dar.
7. "¿Sabes, Lucas? Recuerdo una vez que, volviendo de una ciudad con catedrales -dos para ser exactos-, el vagón vibró, se tambaleó, las luces parpadearon y los viajeros, a oscuras, casi nos caemos de nuestros asientos. Entre la niebla quedaron esparcidos los restos de una vaca que se había cruzado en la vía." El niño se carcajea. "Me hago pis". Lucas se levanta para ir al baño. En ausencia de Lucas, desfilan por mi mente mostradores de mármol, ganchos, instrumentos cortantes, carnicerías, lenguas de vaca, la pieza roja de añojo, un hígado descomunal sobre la encimera. Al niño la vaca no le da lástima. El niño se ha carcajeado y casi se orina en los pantalones. Mi intención no era divertirle.
8. Del fondo del vagón, más allá de las puertas de cristal, llega el sonido de una riña. Me incorporo, derribando los muros de la imaginaria casita de papel, y veo a Lucas que llega perseguido por el revisor. Me divierte pensar que el niño ha podido hacer alguna travesura en el baño. "Necesitará un apoyo que yo, como si fuera su mamá, le brindaré. El revisor se detiene delante de mí: Desde luego el chico tiene un gran sentido de la legalidad, señora". Lucas ha delatado a un hombre que fumaba en el retrete. Rebusco en el fondo de mi bolso hasta dar con una pastilla de menta. "Hay personas que merecerían un gran escarmiento, ¿verdad, Ali?". El ceño de Lucas permanece fruncido durante una fracción de segundo.
9. El niño se inclina hacia adelante, se agacha como si estuviera buscando algo en el suelo del vagón. "Tienes una carrera en la media". Lucas se lleva el dedo a la boca, saca la lengua y la deposita, humedecida, sobre la yema de su índice. Coloca la perla de saliva sobre el fin de la ruta descendiente de la carrera de mi media. "Mi mamá las para así". Operación, juego de niños, cierro los ojos. Se me erizan los pelillos de la nuca (...).
(La narrativa continúa hasta enumerar un total de veintiocho pasajes:muy recomendada por esta que escribe la lectura completa de este magnífico cuento).
Marta Sanz/Sevèrine y el conejo blanco.
(La narrativa continúa hasta enumerar un total de veintiocho pasajes:muy recomendada por esta que escribe la lectura completa de este magnífico cuento).
Mejor con tu opinión, gracias.
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