martes, 28 de febrero de 2017

CARTA A UNA SEÑORITA EN PARÍS

Sobre aquello que representa el arte,  no se puede inferir una manera  exclusiva de contemplación.  Al estar uno leyendo un poema por ejemplo, está al mismo tiempo oyendo una música en la cabeza y en paralelo visualizando las imágenes suscitadas por los versos. En el caso de la pintura, el cometido es narrar una historia o hacer llegar un mensaje  pero a través del color, los volúmenes y la composición, entre otros fenómenos que se hacen música también. Con todo,  habrá que suponer que en ocasiones, la historia a la que se llega es una que estaba escrita de antemano...
Mientras que desarrollaba la pintura que se ve, en ningún momento fue mi propósito aludir al cuento célebre de Cortázar -el que he leído varias veces-, siquiera al escritor mismo a quien admiro. El objeto de esta pintura  era plasmar el interior de una arquitectura habitada, y con sus  preciados objetos que dieran lugar a la sombra y la luz, -claroscuros que igual tienen los ficticios personajes que la habitan...-.
Pero al final, como los cuadros tienen exigencias propias y ese es un hecho ineludible, terminé por llevar ahí dentro un conejo. Vamos a decir un conejo que, sabiéndose sorprendido, lo está  a su vez en el mismo grado.
Cuando hube terminado de pintar y me alejé unos metros para ver el conjunto, resultó que en esencia tenía una habitación elegante y de aspecto agradable pero, además para sorpresa mía, la presencia inexplicable de un conejo que se soportaba sobre las patas traseras, altivo.
Fueron unos segundos estremecedores... ¿el interior de un apartamento, un conejo?.
-Pero, qué hace usted aquí, don Julio.
-Ya ve usted, lo leído siempre vuelve.






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"... Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante, lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad."



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... Pero, hice las maletas, avisé a su mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y el segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se  lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrèe, no me lo reproche. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.

 
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Andrée, querida Andrèe, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antínoo (¿es Antínoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el linving donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada...



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Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París...
 He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe Sara. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo...
En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrèe, doce que será trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más.

Texto bajo las fotografías : Carta a una señorita en París
Selección de pasajes
Julio Cortázar




8 comentarios:

  1. Ya sabes que me encantó este cuadro desde el principio. Y cada vez más. Enhorabuena. Besos

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  2. Qué apañao...gracias otra vez.
    Un abrazo.

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  3. Sorprendido y emocionado, lo confieso. Ya te hice saber lo que significa ese relato para mí. De la impresión, del terremoto literario y sentimental que nos causó a unos amigos y a mí a nuestros veintipocos años, surgió el nombre de nuestra Tertulia y del programa de radio que estuvimos haciendo un tiempo, Calle Suipacha y Estación Suipacha, respectivamente. El cuadro completo es realmente maravilloso, Setefilla. Enhorabuena.

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  4. Juan, sabía que iba a gustarte...El cuento me impresiona, es uno de los que más me gustan de este enigmático escritor. Como digo en la introducción, fueron para mí unos segundos estremecedores tras finalizar la pintura y encontrarle la relación. Ha debido ser el subconsciente, que ha obrado para que le rinda tributo sin proponérmelo.
    Amigo, también yo me he emocionado al leerte.
    Gracias por tus palabras.

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  5. Vaya, parece que tu subconsciente sacó un conejo de la chistera de los recuerdos. Pienso que no se puede inferir una manera exclusiva de contemplación a la mayoría de aspectos que rodean nuestras vidas.
    Bonito cuadro y reflexiones.
    Un beso.

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  6. Ya ves, lo que se ha leído con gusto queda almacenado y a uno le aflora cuando menos se espera. Amigo, te recomiendo leer el cuento al que se alude, es muy bueno.
    Me alegra que te guste la pintura.
    Un abrazo.

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  7. He disfrutado de esta entrada. Tu lápiz no es tan manso. ;)
    Lo importante es la huella que nos deja.

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  8. Bienvenido, Roberto, me alegra que hayas disfrutado.
    Un saludo.

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