YEDRA

Yedra
Setefilla Almenara Jiménez©
(Granada)

    Sentada sobre la fría piedra que agudiza los vértices de mis sentidos, la observo.La estampa se presenta ante mis ojos de mortal como genuína fotografía, única e irrepetible, como un óleo que sólo va a ser traído a las manos del pintor por una corriente de aires que conforme llega, perece.
Así pues, en la Granada que yo conozco se puede oir, de todas las plazas que diríanse pentagrama de moriscas melodías, un musitar de lamentos semicallado.¡Pobres!,claro, ellas no tienen su manto sobre sus costillas, es entendible el agravio al que están sometidas y tiene una que mostrarse condoliente con su pena, que es un anhelo más bien.Acomodo, desde la estratégica distancia que me da este banco, la mirada, y entre todas las mías, busco la que llevo cuando el inesperado dedo de la poesía me da dos toques en el hombro haciéndose presente. No es difícil dar con ella en esta tarde, frente a la Yedra me asiste casi sin ser llamada.Un ejército de platillos estrellados se amontonan en el conjunto de este mapa de Naturaleza, en el que proliferan en cauce de armonía todos los matices posibles del color verde. Vibrantes por la brisa que los hace entrar en danza, dan razón de ser a un espectáculo cromático del que yo soy la parte receptora, la que se beneficia de las sensaciones, de los placeres que la visión reporta.
Si mentalmente permanezco quieta, si soy capaz de aletargar mis voces, puedo oir su embaucador discurso.

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…Escapo a las geometrías,

no hay continente que me sostenga,

tan libres son mis ramas

como lo es mi espíritu,

soy fresca y vivo en la alegría.

El ladrón del agua soy,

peremne en el cometido

arrastro mis retoños

por los limbos de los muros,

hago al pulido gris de la piedra,

subyugar al beso sutil de mi presencia.

Todo el verdor queda en mí representado,

cual si yo fuere el seno

que diera nacimiento y muerte al color…


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El sonido de dos chorros de agua rebota a mi alrededor confundido con el poema que recita esta Náyade, en el que se perfila como un efecto disonante que pudiera recordar a canto de ninfas en un bosque de piedra edificada. Cubos gigantes repletos de vanos por donde penetra la voz de la yedra arrullada por cadencias acuosas, haciéndoles estremecer en un vago temblor de cristales.
Y es el rincón umbrío en que se escorza la acequia, enclave idílico para el abrazo de la trepadora, en lo que es fusión de dos cuerpos en la comunión más simple e histórica. Del contacto, de la fricción de estos dos amantes, escapa el perfume en exaltación, un penetrante aroma a yerbabuena desmenuzada que me ronda y se me viene a enroscar en el cuello como un estampado foulard de vapor.
Pero, en medio del trance en que me encuentro, en que mis sentidos son más que mi cuerpo, el Astro Rey ha asomado como bola de fuego allá en la altura y ha metido los largos brazos ardientes en el vientre de la acequia. Ahora la escena es sublime; nerviosas ondas lumínicas de irregulares contornos dorados inundan ya la plaza y embellecen la espalda y la cintura de la Yedra, que luce, brillante, hermosísima, como la holografía de una ensoñación.
Cada elemento de la fábula se mueve acorde con su propósito único, una micro-bandada de aves se han dado cita ahora y estorninos, gorriones, blancas palomas emprenden vuelos cortos que van desde la acequia a la yedra, se posan por breves momentos en las ramitas rojizas de la trepadora y así en el borde mojado del rectángulo, en el la que es una fiesta de estío y felicitaciones.
Me encuentro sobrecogida … absolutamente viva … todo el contento se da cita en mis hombros, flotan atemperados acordes de violines en el ambiente… empiezo a caminar; mis pies dos briznas de hierba… me he vuelto toda aromas…sin querer escapa de mi labio un tarareo… ‘’el ladrón del agua soy… escapo a las geometrías… soy fresca y vivo en la alegría ...''

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