Son los últimos latidos de la tarde que se desvanece en un zócalo dorado sobre
la inmensidad oceánica de Chipiona. Septiembre devuelve pausadamente la
identidad primigenia a la localidad marinera en una austera solemnidad preotoñal
que pareciese extender rubio albero sobre su bahía, liberándola de los invasores
colores artificiales del verano.
En la familiaridad íntima del momentáneo hogar, junto al paseo marítimo, reinan silencios rítmicos de oleaje abanto; mar callada, olas infantiles que besuquean la mimada playa y se retiran recreándose, dejando estelas sonrientes de espuma blanca.
En el vecino mirador goteado de jazmines, damas de noche y campanillas azules y violetas de tupidas enredaderas, niños andaluces festejan un cumpleaños con el interés saciado de novedades, y juegan al toro con una caja enorme de cartón a la que han dotado de bravura con dos tenedores de plástico clavados en la imaginada testuz y otro más en el extremo opuesto, conformando un noble y fiero ejemplar astifino, jabonero y coliblanco, que portan a sus espaldas en turnos anárquicos de persecuciones temerarias en un jolgorio desmedido.
Frente a todos, la inconmensurable faena de la creación, arte y oficio eternos, desplegaba sobre la mar un capote de plata celeste que parecía mostrar al sol para encelarlo, embarcando al astro rey con una serie de verónicas desmayadas de metálicos reflejos rizados que le guió, sumiso y toreado, hasta la barrera encendida del horizonte.
Tras la brillante faena de capa, una ceñida muleta bordada de ondulantes cintas de oro remató el último tercio, dando muerte al sol con una explícita inmersión que mostró desinhibida la roja desnudez de nuestra estrella, que en sus últimos estertores exhaló una cromática hemorragia de sangre dorada, rosácea y violeta que anegó el cielo de Andalucía.
En el vecino mirador, los niños competían ahora por multicolores bolsas rebosantes de chucherías, y el encastado toro de cartón, maltrecho y olvidado, yacía inerte en un rincón agotada su bravura. La brisa traía al paseo fragancias de salitre y algas marinas, que en la estrenada umbría se mezclaban con el perfume intenso y dulzón de las damas de noche y los jazmines.
Terminados los festejos, la luna abandonó lentamente el palco presidencial derrochando simpatía, luciendo incansable su sonrisa echada, con la que alfombró el atlántico coso de tintineantes lirios de plata líquida.©
En la familiaridad íntima del momentáneo hogar, junto al paseo marítimo, reinan silencios rítmicos de oleaje abanto; mar callada, olas infantiles que besuquean la mimada playa y se retiran recreándose, dejando estelas sonrientes de espuma blanca.
En el vecino mirador goteado de jazmines, damas de noche y campanillas azules y violetas de tupidas enredaderas, niños andaluces festejan un cumpleaños con el interés saciado de novedades, y juegan al toro con una caja enorme de cartón a la que han dotado de bravura con dos tenedores de plástico clavados en la imaginada testuz y otro más en el extremo opuesto, conformando un noble y fiero ejemplar astifino, jabonero y coliblanco, que portan a sus espaldas en turnos anárquicos de persecuciones temerarias en un jolgorio desmedido.
Frente a todos, la inconmensurable faena de la creación, arte y oficio eternos, desplegaba sobre la mar un capote de plata celeste que parecía mostrar al sol para encelarlo, embarcando al astro rey con una serie de verónicas desmayadas de metálicos reflejos rizados que le guió, sumiso y toreado, hasta la barrera encendida del horizonte.
Tras la brillante faena de capa, una ceñida muleta bordada de ondulantes cintas de oro remató el último tercio, dando muerte al sol con una explícita inmersión que mostró desinhibida la roja desnudez de nuestra estrella, que en sus últimos estertores exhaló una cromática hemorragia de sangre dorada, rosácea y violeta que anegó el cielo de Andalucía.
En el vecino mirador, los niños competían ahora por multicolores bolsas rebosantes de chucherías, y el encastado toro de cartón, maltrecho y olvidado, yacía inerte en un rincón agotada su bravura. La brisa traía al paseo fragancias de salitre y algas marinas, que en la estrenada umbría se mezclaban con el perfume intenso y dulzón de las damas de noche y los jazmines.
Terminados los festejos, la luna abandonó lentamente el palco presidencial derrochando simpatía, luciendo incansable su sonrisa echada, con la que alfombró el atlántico coso de tintineantes lirios de plata líquida.©
Esteban Ferrández G.
Septiembre/2013
Esteban con la guitarra frente al mar de Chipiona |
Mejor con tu opinión, gracias.
Queridos amigos, hoy este blog tiene la satisfacción de recibir las letras del poeta Esteban Ferrández, todo un lujo.
ResponderEliminarSerá un placer, como siempre, recibiros y conocer vuestra impresión.
Felicidades Esteban por esta belleza.
ÉL HA CREADO HERMOSAS IMÁGENES. GRAN TRIBUTO AL MAR. GRACIAS POR COMPARTIR ESTE POST.
ResponderEliminarUN ABRAZO
Ole, ole y ole.
ResponderEliminarSiempre que me conecto desde un locutorio me asalta la misma duda...Así que repetiré el comentario.
ResponderEliminarGracias,querida amiga, por cederme un espacio en tu querido y cuidado blog. Y gracias por la foto, mejor que la original.
Encantado de saber que te gustó mi "Coso" y de que lo compartas con tus lectores.
Besazo y abrazo.
Esteban.
Este "coso andaluz" de Esteban, me ha sabido a los buenos relatos del 98. Una puntuación magnífica, envuelta en descripciones cuasi perfectas. Muy bueno, amigos, Saludos, Anna
ResponderEliminarAdemás de poético, éste momento de escencias de mar y tauromaquia ha fusionado un retrato inmortal de Chipiona y su paisaje.
ResponderEliminarY en el blog de Setefilla, mujer de suprema belleza, no podía menos que deslumbrar al respetable.BRAVO.
Muchas gracias a todos por vuestros amables comentarios, Reltih, Sergio, Anna y Carlos. Ha sido un placer colaborar en este blog y saber que os gustó mi trabajo.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
Esteban.
que hermoso escribes con el alma de tus letras
ResponderEliminarY una maravilla de relato. Esteban esculpe palabras y sensaciones. Magnífico a todas luces.
ResponderEliminarUn abrazo para él y unos besos dulces para ti, Sete.