diques recibidores los ojos míos
humedal de barcos que se cansan
enredado de melancólicos insectos
que alejándose vuelan y te llaman
los ojos míos en el mar
como zumbadores quebrantados
amor mío infinito en nada te encuentro
solo agua
solo agua
SAJ
Sencillamente precioso. Me encanta la foto, aún más el poema...
ResponderEliminarMuchos besos
Mi querida Soraya, que alegrón verte por aquí, muchas gracias por acariciarme con tu palabras.
EliminarTe abrazo.
Sete.
Muy buen juego entre la imagen y el texto. Para mí queda abierta la posibilidad de relacionar el agua (del mar, salada), con las lágrimas. Para mí, al menos, resulta en una sugerencia.
ResponderEliminarUn abrazo, guapa.
Imágenes y versos en un juego de sugerencias, Silvio, que no cese.
EliminarUn placer que me visites.
Un abrazo.
Sete.
No sé qué tiene el otoño, si nostalgia o tristeza. Soy de los que creen que siempre pertenecemos al paisaje de la infancia. Nuestra vida cotidiana nos lo está diciendo constantemente. Los domingos por la tarde, como decía el poeta: "Cuánto muere un niño en un domingo por la tarde". De aquí a poquitas horas me estaré muriendo. Luego llega las alarmas del lunes por la mañana con su sonrisa llena de dientes. Hay que empezar el cole, perdón, hay que ir a trabajar. El profesor un tanto déspota ya te señala con el dedo, perdón, es el encargado que siempre anda vigilándote. Suena la campana y sales precipitadamente de clase y haces cola para fichar en el reloj de la fábrica. Luego no quieres volver a casa todavía. Juegas en el parque y cuando llegas un pelín tarde tu mujer te increpa porque hueles un poco a cerveza. Te pones malito y te metes en la cama con el termómetro en la boca. Tu madre te pone su suave mano en la frente y el médico dice que es la edad, ya tienes ochenta años. Te escapas de casa porque no aguantas a tus padres. Corres hacia el mar como Antoine Doinel en Los 400 golpes. Llegas cansado a la orilla porque ya eres viejo. Contemplas el mar. Es otoño. Las hojas de los árboles han vuelto a caer impertérritas, como cada año, como siempre. El niño y el viejo, aquí conmigo; todo en un instante.
ResponderEliminarMuchos besos mi bella Sete.
Ciertamente pertenecemos al paisaje de la infancia, así lo creo también. Somos lo que éramos cuando medíamos un metro, pero con algunos progresos. Mírate, Francisco, o mejor léete, me has dejado aquí un inspirado micro relato sobre la vida. Ay, el otoño no es lo mío, yo soy una forofa del estío, y ya lo estoy echando de menos, pobre de mí.
EliminarEl niño está contigo, al viejo aún le falta para llegar...
Gracias por visitarme, amigo.
Besos.
Una preciosa imagen que casi parece un óleo para acompañar tus versos.
ResponderEliminarSigo probando navegadores que me permitan entrar en tu blog. A ver si ahora...
Besos.
Muchas gracias, Esteban. Ya estás dentro, jeje, hay que ver lo mal que nos lo hacen pasar los dispositivos a veces.
ResponderEliminarUn abrazo.