Durante el verano, por las mañanas abrir todas las ventanas. Temprano, morder una tostada que he rociado con aceite de oliva virgen extra, y quedarme paralizada en el bocado, la mandíbula quieta, las manos, las piernas, con los globos oculares seguir el zig zag de una avispa que merodea el desayuno; tzz al plato con gotitas de aceite, tzz a la flor de gitanilla pintado el tiesto de azul turquesa, tzz a la boca de la taza, tzz a noventa centímetros, ahí vacila un instante, se apoya e introduce después la cabeza y el tórax en un minúsculo orificio en la mallorquina, apenas ha tomado contacto con lo que hubiera allí dentro, de haber algo, y se dirije en sprint hacia mí, sigo inmóvil, ahora es el muslo el que ocupa al Hymenóptera zumbón, el itinerario que repite en furioso vuelo comprende desde mi rodilla hasta el volante celeste a rayas blancas que ribetea el pantaloncito de pijama, ribete rodilla, rodilla ribete, ribete rodilla y vuelta a empezar, como la línea 180 Cájar-Granada insiste la avispa en el recorrido por cinco veces, las patas largas y aflojadas, el cuerpo en inclinación calculo que de cuarenta y cinco grados sobre la horizontal, observo la cabeza enorme negruzca y determino que lleva puesta una máscara de la segunda guerra mundial, -pero incluso en situaciones comprometidas no para una de inventar, pienso en la posibilidad de llevar un hilo atado a una pata, de llevarlo el bicho, lo dispuesto en esta terraza; incluidos la mesa blanca grande de pino Tea que ayudé a ensamblar el verano pasado, las sillas en torno del mismo color, las macetas, para más señas ya he dicho que de azul turquesa todas, la goma de regar suspendida en rollo contra la pared, qué se yo, la toalla beis que está doblada, la barbacoa, este es un artilugio a cuyo alrededor se hacen amigos o se estrechan lazos con los ya hechos, el móvil, clin clin clin, a una esquina colgado contra cielo, tubitos huecos de aluminio que chocan entre sí suaves y apaciguan, tampoco es este un objeto inexplorado para la avispa, bien, tendría que verse reducido dentro de un enorme capullo en el que no podría rebullirse nada, tampoco yo, el bocado no podría tragarlo, me alivia comprobar que no lo lleva-, sondeado el área de piel del muslo ahora creo que va a posarse sobre este, se ha decidido a clavarme el aguijón, está fuera de lugar una cosa así, lo va a hacer, templada reprimo los aspavientos instintivos por ver si no se para finalmente. No se para.
¿Qué atraería a la avispa? Algo debe haber entre tú rodilla y el volante azul celeste a rayas blancas del ribete de tu pantaloncito. La verdad es que suena bien...
ResponderEliminarMe ha divertido mucho leerte.
Besos
No soporto a las avispas. Muy estoica tu manera de mantener la calma. Me río yo de José Tomás. Besos
ResponderEliminarLa tostada, claro; es lo que tiene el buen aceite de oliva...
ResponderEliminarGracias, un abrazo.
Ni yo a las cucarachas...pura fobia.
ResponderEliminarGracias, besos.
Para mí es una buena ficción, jeje. Nací cobarde de avispas.
ResponderEliminarGracias por la visita, Ximens.
ResponderEliminarSaludos.
Casi que podría decir que detesto a las avispas aunque desde pequeño aprendí a reaccionar con templanza ante ellas. Además son las asesinas de las abejas. Me ha gustado mucho tu escrito. Saludos.
ResponderEliminarBienvenido a este espacio, Juan Carlos, me alegra haberte entretenido.
ResponderEliminarSaludos.