Foto/Setefilla A |
La de Torrenueva es una costa agradable para venir en el fin de semana, máxime si uno se acerca en la estación del estío. Ayer, en la tarde encendida, las aguas de su playa fueron todo quietud, mordiente frescura, y una balsa apenas vacilante. Son ahora las diez de la mañana del domingo este, y aunque ha amanecido hace ya varias horas, en casa todos duermen. Ha nacido el domingo con aparente agravio, abigarrado a una bruma como está, y de la que todavía no logra sacar la cara. Sobre mi cama single de apartamento fugaz amanezco también yo y trato de adivinarme los pensamientos estos matutinos, los primeros del día y ya se me escabullen por la ventana ofrecida del pequeño cuarto.
Ahí afuera todo se adormila. Desde mi postura recostada domino unos montículos de cañaveral y unos pocos pájaros, —albatros o gaviotas, tal vez—, que volotean a ras sin apartarse, interesados. También una torre de esas gigantes y eléctricas, un senderillo de tierra clara y más cañaveral en oro a uno y otro lado.
Durante la velada anterior en el largo paseo marítimo no pudo haber más concurrencia, ¡qué bárbaro!, no tenía que haber vecinos en las casas. Decenas de helados eran relamidos con parsimonia, y los que no, sorbían leche rizada o granizados de lima. Yo creo que ninguno iba solo, eran cuantiosos los grupos. Estaban los adolescentes en el frenético alboroto y reunidos en gran número aquí y allá. En el poyete en que culmina la acera ancha del paseo se veía a varias generaciones emparentadas; abuelos, hijos y nietos en hilera sentados y observantes. Al otro lado de la calle, refrescada y dulzona, los bares luminosos despedían un exquisito olor a pescado frito. Y en el medio el trasiego espeso, tranquilo, inacabable. Pero y el mar, ¿dónde estaba? A la par que caminaba yo, en mi grupo de seis, lo buscaba allí tras el poyete, seguido a la arena, lo busqué varias veces pero mi vista no lo conseguía, no pude penetrar el íntimo portal de la noche que lo guardaba receloso. Y entonces se me antojaba imaginarlo ahí mismo, noble, como un gran toro negro, que estuviera echado.©
Setefilla Almenara Jiménez
Mejor con tu opinión, gracias
Mejor con tu opinión, gracias
ResponderEliminarEl mar, amigos, ese poema inacabable.
Y siempre te espera, a veces bufando, otras manso; y en ocasiones atormentado de escamas azuladas como un sembrado de brillos hilados.
ResponderEliminarBss. Juanma
Juanma, me alegra verte por aquí.
EliminarUn abrazo
Qué bello! Nada como el MAR, Sete. Por las noches puede ser un agujero negro y hechicero... Durante el día, una bestia encantadora que nunca va a ser domada por mano humana. Por las tardes, ese fiel compañero, mientras se deja observar con la certeza de que nos tiene hipnotizados para siempre. Qué lindo es leerte, guapa! Un beso enorme!
ResponderEliminarGracias, Bee. Pocas cosas me hipnotizan como el mar, imposible no escribir, imposible...
EliminarUn abrazo.
ÉL MUY INSPIRADOR...!
ResponderEliminarBESOS
Mirémoslo y dejémonos llevar.
ResponderEliminarUn beso, Adolfo.
Pues tomo debida nota...esto va mucho más allá de una guía para perderse...ganas dan de zambullirse en esa naturaleza que siempre nos sorprende....un abrazo
ResponderEliminarGracias, qué tengas un feliz domingo, Víctor.
EliminarUn abrazo
Sete
muy inspirador
ResponderEliminarsaludos
carlos
Bienvenido, Carlos.
EliminarUn saludo.
Setefilla
Aquí, en Roquetas, la noche de ayer también se ajusta a tus palabras. Saludos
ResponderEliminarLo creo, durante un tiempo viví al lado, en Aguadulce.
EliminarGracias por compartir este escrito. Un abrazo
Si el mar te llama no te queda más remedio que acudir.
ResponderEliminarY con sumo gusto, Luis. Te agradezco la visita y que también compartieras este relato.
EliminarUn saludo.
Sete
Apetece visitar Torrenueva después de leer tu hermoso relato. Tu descripción magnífica. Un abrazo, Anna
ResponderEliminarMe alegra verte por aquí, Anna, agradecerte también que quisieras compartir en tu perfil esta crónica.
EliminarUn abrazo
Sete
Precioso dibujo de tan paradisiaco lugar donde brilla tu belleza como un sol superando a todo el entorno. Cierto que el mar tiene su magia.
ResponderEliminarBesos.
Eres muy amable, Carlos.
EliminarUn beso.
Sete
Ay, el mar...siempre la mar como fuente inagotable de inspiración.
ResponderEliminarLa metáfora del toro echado me encanta. Bella crónica.
Besos marinos.
Me contenta que resaltes la expresión del toro, amigo.
EliminarAbrazo apretado.
Sete
El mar es siempre inspirador y en nuestro descanso parece más bello aún. Un buen relato de tanta hermosura.
ResponderEliminarmariarosa.
María R, es cierto que cuando vamos a la playa, de ocio, todo nos resulta más agradable y estamos más predispuestos a encontrar belleza. Tal vez a los marineros no les parezca tan hermoso.
EliminarGracias, me alegra verte.
Setefilla